¿Sabías que las creencias inconscientes afectan mayormente a tus hijos que aquellas que quieres transmitirles conscientemente?
Las creencias son certezas que admitimos como verdades y pueden ser conscientes o
inconscientes, racionales o irracionales. El sistema de creencias se establece sustancialmente
en nuestra infancia. Las creencias son responsables de desgracia o bienestar.
Veamos aquellas que obstaculizan en mayor medida la
función de los padres:
a. “Las palabras educan”
Aquello que hablamos a nuestros hijos tiene una
incidencia mínima en sus vidas.
La información inconsciente es la que mayormente se
transmite (97% de los procesos mentales), viene en los genes, se adquiere en la
gestación y en lo vivido, especialmente en los siete primeros años. Se evidencia
en la comunicación no verbal, en nuestros gestos, percepciones, hechos y
reflejos.
Un ejemplo para entender lo anterior, podemos
observarlo en el caso de una consultante que me comentaba que su madre siempre
la obligaba a ir a la iglesia. Le decía que debía ir para que fuera una buena
persona, y sin embargo la madre nunca iba. Aquella madre difundió en su hija la
creencia de que era “una mala persona”, ya que (según la lectura de la hija) como
la progenitora no “necesitaba ir” era una “buena persona”. La consultante vivía
buscando quien “la hiciera buena”, o “salvarse”; había visitado cuanto templo y
filosofía pudo. La creencia de que era “mala persona” la condujo a realizar “malas
actuaciones”; confirmando la creencia, por supuesto.
Durante aquella consulta, nos
dimos cuenta de que la madre odiaba a su padre (el abuelo de la consultante),
lo consideraba una “mala persona”. Mi consultante estaba relacionada con este
abuelo en el transgeneracional. La madre temía que su hija (la consultante)
fuera como su padre, y en virtud de ello la obligaba a ir a la iglesia. Pero en
realidad lo que esta madre le transmitió a su hija (consultante) fue justo lo
que no reconocía de su padre: “es una mala persona”.
En suma, es esencial que tomes consciencia de que tus
hijos no aprenderán a causa de lo que les digas, sino por lo que les transfieres
consciente e inconscientemente y como reflejo de tu ejemplo.
b. “Mi hijo hará por mí lo que yo no he podido”
Seguramente al leer esta frase has respondido: “yo no
hago eso”. Y a lo mejor así es; pero debes considerar que esta creencia es
inconsciente y puede que la estés comunicando a tus hijos sin saberlo.
La proyección de tus frustraciones es un gran
obstáculo para relacionarte con los hijos, ellos reciben la percepción de que
los obligas, los sometes, lo cual puede derivar en actitudes de protesta continua
e incluso violencia, o también en la reacción opuesta, en sumisión, inutilidad o
suma obediencia. Tanto la actitud de rebeldía como la de sometimiento vienen a
exteriorizar “el maltrato” al que se ven expuestos los hijos al sentirse
manipulados o violentados.
Para que identifiques la presencia de esta creencia y
tomes consciencia, lo primero es que observes las respuestas de rebeldía o
sometimiento de tu hijo. No obstante, si requieres más certeza, hazte las
siguientes preguntas: ¿Te sorprendes insistiendo constantemente a tu hijo para
que cambie en algún aspecto? ¿te molesta o te incomoda grandemente su personalidad?,
¿les manifiestas constantemente tus frustraciones o, al contrario, nunca les
hablas de estas?, ¿los manipulas para que estudien o aprendan algo que deseas
pero que ellos no quieren, por ejemplo hacer algún deporte, arte o labor? ¿les
reprochas actitudes, conductas o comportamientos que tu tenías cuando eras de
su edad?, ¿te comparas con ellos y les transmites la idea de que eras un hijo
ideal o de que nunca te equivocaste?
Un ejemplo de esta creencia se refleja de forma diáfana en la edad en que los hijos precisan escoger una profesión o carrera. Observamos padres demasiado involucrados en lo que debe estudiar; lo cual esconde una clara frustración. Los progenitores en esta etapa necesitan apoyar, no influir; invitar a la reflexión de los sentimientos del hijo y no decidir por ellos.
Esta creencia la exteriorizan los padres cuando cantaletean
o hablan mucho con sus hijos, buscando convencerlos mediante sugerencias,
consejos o recomendaciones, les cuentan historias, los intimidan con posibles
tragedias o consecuencias nefastas, quizás exigiendo o manipulando. Su
propósito no es otro que lograr que se comporten o hagan lo que ellos quieren.
En suma, en la medida que hagas consciencia de las frustraciones
que generan conflicto con tus hijos y te responsabilices de ellas, la relación
y conexión con ellos mejorará, pues dejarán de sentirse violentados, sometidos
u obligados.
c. “Hay hijos buenos y malos”
Dividir a las personas entre “buenos y malos” es una
creencia que ocasiona grandes inconvenientes, puesto que representa una jaula
de donde es bien difícil salir. Calificar a alguien con estas etiquetas es
juzgarlo, sentenciarlo y condenarlo.
Tus hijos podrán equivocarse, tener patrones inadecuados
o comportarse erróneamente, pero esto no los cataloga como “buen o mal hijo”.
Esta es una creencia que establece prejuicios que nada o poco tienen que ver
con nuestra naturaleza emocional. Veamos:
¿Cómo se califica qué es bueno o malo?
Observemos que cuando existe un padre o madre
maltratador (físico o emocional), el hijo se siente amenazado constantemente,
pero no puede huir o enfrentarse ya que teme ser abandonado o morir (instinto
de supervivencia). Esto crea un gran problema en el hijo, pues acumula odio y
resentimiento hacia el padre o madre. Cuando se sienta “fuerte” enfrentará al
progenitor maltratador y es cuando se calificará de “malo”. Aunque igualmente
puede adquirir la actitud de sometimiento (inmovilizarse), en cuyo caso puede
calificarse como “bueno”.
Esto último nos da pie para mencionar la existencia
de una sub-creencia de la creencia de que estamos hablando, por la cual ciertos
padres consideran que aquel hijo que es obediente y no cuestiona, es el mejor
hijo. Nada más equivocado, puesto que la sumisión y falta de cuestionamiento
los hace manipulables, no solo por nosotros sino por todos los demás, lo que conlleva
un enorme riesgo. Asimismo, también pueden convertirse en inútiles o en
marginados.
A modo de ejemplo, en una consulta unos padres
estaban muy preocupados porque su hijo mayor golpeaba constantemente y hacía
maldades a su hermano menor. Los padres lo castigaban y obligaban a disculparse
con aquel, y continuamente lo calificaban como “malo”. En el análisis global pudimos
detectar que el mayor estaba celoso, una condición que es biológica y normal cuando
nace un hermano. El inconsciente biológico detecta un posible abandono y por
consiguiente lo percibe como “amenaza”. De hecho, y eso es también biológico,
los padres tienden a proteger al más débil, o sea al menor.
Cuando los padres no son conscientes de esa
circunstancia y descuidan al hijo mayor, los celos pueden llegar a ser
patológicos. Adicionalmente, en el caso mencionado, el estudio transgeneracionalevidenció que el hijo mayor era el doble[1]
del padre de la madre y el doble de
la madre del padre, y resulta que ambos odiaban inconscientemente a ese
progenitor. Debido a lo cual, los padres trasladaban el odio no reconocido al mayor
de sus hijos. Este era el verdadero embrollo en la familia: el descendiente era
un espejo de los respectivos progenitores y su comportamiento obedecía a una
protesta como consecuencia de no sentirse querido. No era “malo”.
En suma, la etiqueta de ser “bueno o malo” puede
conducir a que las personas se castiguen o castiguen, ocasionando que las
emociones y sentimientos verdaderos se repriman, y terminen manifestándose,
tarde o temprano, mediante proyecciones de manera inconsciente.
[1] Doble:
Es una persona que tiene afinidad por fecha de nacimiento con otro miembro del
clan familiar. Se constituye en doble cuando de forma directa o indirecta
repite la experiencia de quién es doble.
¡Te invito a compartir tus experiencias sobre el tema!
Escritora, Especialista y
Certificada en Bioneuroemoción© BNE
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