Hace algún tiempo, un individuo
me preguntaba acerca del malestar que le producía encontrarse con personas que incumplieran
a sus compromisos o promesas, le fastidiaba cuando establecía un acuerdo con alguien y luego esta persona le
faltara al mismo. Un asunto que le provocaba mucha rabia; razón por la cual,
terminaba enfadándose con dichos sujetos, en algunas oportunidades sumergiéndose
en agresiones verbales mutuas. Dicha situación era algo recurrente en su vida.
Por la misma época en que el mencionado individuo me consultaba, se encontraba enfrascado
en una idéntica circunstancia, acababa de hacer un contrato verbal con un
sujeto que había quedado de llamarle en dos días para firmar el acuerdo y habían
transcurrido 10 días sin que le llamara. Se encontraba en la disyuntiva de
reclamarle y entrar en un posible desencuentro con él o alejarse y dejar el
asunto así; la primera implicaba repetir el pasado y la segunda evadirlo. En
definitiva, cualquiera fuera su decisión, se sentiría igual de furioso e
impotente, de ahí que acudiera por orientación o ayuda.
La situación expuesta es un
conflicto ocasionado por la negación o evasión de algún aspecto emocional que
la persona no quiere reconocer. Estamos
hablando de circunstancias dolorosas que el individuo no desea recordar o
simplemente de debilidades propias que por algún motivo (desaprobación, culpa,
etc.) niega. La repercusión en la vida de estas personas, se evidencia por lo
general, en las relaciones con las demás personas, es un efecto inconsciente;
atraemos a nuestra vida, aquello que consciente o inconscientemente tenemos
fijado en nuestra mente.
Para explicar mejor este tipo
de situación, retomemos a nuestro consultante, veamos:
Le hice algunas preguntas para
establecer cuál de los aspectos mencionados era el origen de su problema, como
por ejemplo: ¿A quién le incumples tú? o ¿Quién te incumplió sus promesas? ¿Qué
persona te afectó con esta actitud? Estas preguntas aportaron la respuesta a su
situación. Resulta que nuestro consultante cuando estaba pequeño, sufría con la
ausencia de su hermano mayor, él constantemente estaba esperándolo, éste era
como su padre, pues la diferencia de edad que existía entre ellos y la
paternidad que su hermano ejercía sobre él, así lo establecían;
lamentablemente para nuestro
consultante, era un joven que andaba de allí para acá y se desaparecía sin más,
pero cuando regresaba daba a su hermano pequeño (nuestro consultante) amor y atención, pero antes de marcharse le hacía
promesas de un pronto regreso o de hacer actividades juntos, de ahí que nuestro
consultante se plantara repetidamente en la ventana de su casa a esperar con
ansiedad su regreso y cada vez que sentía la puerta de entrada, su corazón latía
velozmente al igual que sus piernas, salía corriendo a abrazar a su hermano,
llevándose por lo general una decepción. Su vida transcurría entre la espera y
el retorno de su hermano, pero frecuentemente era más larga la primera. Todo
esto hasta que la muerte no solo arrastró a su hermano sino con él, las promesas
rotas; dejando enterradas en las entrañas de nuestro consultante, las lágrimas contenidas
junto con la impotencia de esperar aquello que ahora, jamás se llegaría a
cumplir.
El dolor no sufrido, la rabia y
la impotencia de nuestro consultante, era el motivo que lo llevaba a proyectar
en los demás aquellas lagrimas enterradas, que se transformaban en rabia hacia
los que incumplían las promesas, en el fondo él veía a su hermano (al cual ya
no podía manifestarle su enojo) en ellos; por lo mismo atraía personas que lo
representaran, de esta forma podía “vaciar” su dolor; además, su mente estaba
fija en esta situación, lo había asociado de esta forma. Nuestro consultante, también faltaba a sus promesas, una forma inconsciente de vengarse o
simplemente lo que había aprendido de aquel que había significado su "padre".
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