Los nacidos en esta década
hemos experimentado los rigores de una formación, cuyo lema era: “la letra con
sangre entra”, somos residuos de la “mano dura”. En las escuelas y en los
hogares era imposible protestar, había que bajar la cabeza y someterse
completamente a la autoridad, fuera que se llamase padres, profesores,
clérigos, etc. Una época donde se gobernaba bajo la imposición, la intimidación
y el miedo. Los rebeldes eran tratados como delincuentes, diablos u ovejas
negras; de tal forma que el sometimiento era cuestión de supervivencia.
En los años siguientes
empezaron a surgir las nuevas teorías y el sistema de formación y educación fue
cambiando, pero para los nacidos en esta década ya era demasiado tarde; los
recuerdos de “la mano dura” ya estaban tatuados en nuestras piernas y posaderas,
también en nuestra mente y en el corazón.
Los nacidos antes de los 60s no
tuvieron la oportunidad de cotejar su formación (así era y punto) y para los
que vinieron después de los 70s, ya existía (por lo menos en la teoría) una
forma de hacerlo; por lo tanto, estos últimos empezaron a tener apoyo legal,
gubernamental, religioso etc.; mientras que los nacidos en la década que
aludimos no tuvimos esta oportunidad.
Lo expuesto ha traído diversas
consecuencias emocionales, reflexionemos un poco sobre algunas que hemos podido
identificar:
v Continuar sometido: consiste en que la persona sigue
desarrollando la misma conducta de su infancia en la edad adulta, pero ahora con
su espos@, hij@s, jefes, la religión, etc., son seres incapaces de levantar la
cabeza y expresarse.
v Cómplice del sistema: es aquella persona que se alía
con el sistema, pero se pasa al papel de dominador, a lo mejor con ánimo de
venganza.
v Los rebeldes: algunos niegan o se negaron a
colaborar con el sistema, se abstraen de cualquier asunto que implique seguir
en éste, se marginaron de tener su propia familia, emprendieron una huida (física
o emocional) que puede aún perdurar.
Algunos hemos podido recomponer;
primero, nos hicimos conscientes del dolor y nos dispusimos a sanar; segundo,
vimos el error que estábamos cometiendo en la formación de nuestros hijos, ya
que estábamos actuando con lastima hacia
ellos, al vernos reflejados en su niñez o juventud, vaciando en ellos nuestro
dolor e impidiendo el desarrollo de su propia vida, la cual era por supuesto,
diferente a la nuestra; tercero, aceptamos la realidad de lo que fue y de lo
que ahora es.
Todavía estamos a tiempo para
sanar esas heridas que aunque han cicatrizado por fuera, por dentro pueden
estar todavía sangrando, el camino puede ser largo, quién sabe, pero lo
importante es empezar. Reconocer las consecuencias es un buen comienzo para
sanar y quizás, si es tu caso, para tratar
de reconciliarte con la vida.
Pueden existir otras consecuencias, te ánimo para que nos cuentes y
compartas lo que has hecho para superarlas.
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