viernes, 29 de septiembre de 2017

Interpretamos el mundo y las experiencias de acuerdo a lo que somos

Cada ser humano vive experiencias particulares que moldean su personalidad y le otorgan una lectura propia de la vida, lo cual genera que existan diversas interpretaciones sobre el mismo mundo o las experiencias.Es evidente que se presenta unanimidad, especialmente cuando hablamos de hechos científicos comprobados, por ejemplo, que el agua hierve entre noventa (90) y cien (100) grados centígrados, que somos un conjunto de moléculas, o que la tierra es redonda.
No obstante, aunque sean verdades establecidas, pueden existir personas que lo asuman conforme a su “verdad”; para una persona ciega o un niño, la sensación es que la tierra es plana, incluso para muchos adultos; ya que la curvatura de la tierra es imperceptible para la mayoría de seres.


Una persona de por si es un mundo y pese a que existen afinidades, semejanzas, o ideas comunes, como, por ejemplo, el género, la profesión, la cultura, la religión, el idioma, etc., temas que nos unen; sin embargo, cierto es que cada uno asume e interpreta la vida de acuerdo a su realidad interior, esto es lo que algunos denominan: el efecto observador, un concepto de la física cuántica que significa que según se observe un fenómeno este sufre un comportamiento, o sea que es el observador el que condiciona lo observado, la realidad resulta ser construida por el sujeto.

Las experiencias que vivimos vienen dadas por la herencia, el carácter personal y el ambiente en que nos desarrollamos. Estas variables determinan que cada persona actué, piense y perciba de forma particular la vida. Tomemos un ejemplo, hace un tiempo cuando me mudé de vivienda y recibí la visita de una amiga, ella me dijo: —está como un poco pequeña la casa—. Días después vino a visitarme otra amiga y ella me dijo: —¡vaya casa tan grande! —. Son dos visiones apuestas de un mismo objeto (la casa). La explicación que encontré es que, la primera, vive en una casa el doble de grande que la mía y la segunda, en una que es la mitad. La conclusión es que ambas tienen razón, de acuerdo a la experiencia que cada una vive.

Las diversas interpretaciones ocasionan dificultades en la comunicación; cantidades de veces al expresar una idea u opinión nos encontramos con que el interlocutor entiende algo diferente y quizás opuesto a lo que queremos decir. Y por más que nos esforzamos en hacerle entender, este interpreta algo diferente. Una muestra más general la tenemos en las religiones; existen textos sagrados que establecen “la verdad”, no obstante, surgen diversas interpretaciones que derivan en cantidades de conglomeraciones de una misma religión. También sucede de igual forma con las leyes, están escritas, sin embargo, hay la necesidad de que ciertos organismos, jueces o abogados las interpreten y expongan argumentos para solucionar un litigio jurídico. De tal modo, que el testigo escrito, asimismo, es susceptible de variables de interpretación. 

El ser humano en su afán de convivencia ha establecido ciertas normas, leyes o mandamientos universales que nos llevan a solventar las vicisitudes propias de la diversidad, sin embargo, la interpretación lleva a desacuerdos, luchas y quizás a guerras; cuando cada lado busca tener la razón e imponer su poder. En nuestras relaciones laborales y sociales ocurre de igual forma y ni que decir de la intimidad, en el hogar, en la cama e incluso con nosotros mismos. Las interpretaciones y las consecuencias, tales como:  las discrepancias, la oposición o los desacuerdos son propios de la naturaleza de la vida, generan el equilibrio y la estabilidad. Ahora, cuando se manifiesta la obsesión por tener la razón, ocasiona agresividad, maltrato, lucha, guerra o destrucción; produciendo desequilibrio y poniendo en riesgo la supervivencia humana.

Cuando se sufre de una obsesión por tener la razón, se quiere convencer, se arguye, se discute, manipula e impone, si es necesario; negándose a escuchar y procurar comprender a los demás. Ahora, si el otro o los demás hacen lo mismo, es aquí donde nace el conflicto. En un conflicto por tener la razón es común que cada uno se posicione radicalmente y se vuelva sordo e impida que el interlocutor se exprese; juzgando al susodicho con altos grados de intolerancia, que mezclan las emociones, los sentimientos y las acciones, que son el umbral hacia la lucha, y tal vez la guerra y la consecuente destrucción. No se trata de someterse, ni bajar la cabeza, tampoco de imponer, sino de hacernos conscientes de que existen diferentes formas de interpretación, que van de acuerdo a lo que cada persona experimenta y a la información que lo embebe.

Aceptar que cada persona es un mundo e interpreta conforme es su interior, nos proporcionará un nivel de comprensión, que, aunque persevere el desacuerdo, como mínimo, mantendremos un grado de respeto por lo que el otro piensa, dice, hace o escribe, y nos permitirá oír y quizás “ponernos en los zapatos del otro”. Siendo todo lo mencionado, virtudes fundamentales para la sana convivencia.

Para empezar a encontrar pactos o acuerdos es conveniente practicar una escucha activa, es decir, digerir las palabras y la expresión no verbal del interlocutor, concentrándonos tanto en el otro que lleguemos a conectar con su sentir; recreándonos en sus expresiones como si fueran propias. Esto requiere ejercitarse para adquirir el hábito, pero una vez establecido surgirá de forma automática.

Las personas se preguntan constantemente ¿Qué hacer para ayudar a que el mundo sea mejor y que no haya tanta guerra y violencia? Una respuesta sería: sanar la violencia y la guerra en nuestro interior, es la mejor forma de construir la paz, ya que desde allí se expandirá a nuestra pareja, familia y sociedad. Transformándonos en seres de concordia y armonía.


Uno de los principios de la paz reside en comprender esta frase: “existen tantas interpretaciones del mundo como observadores”, en otras palabras, vivimos la vida conforme la interpretamos, la interpretamos de acuerdo a lo que somos y somos la proyección de nuestro holograma, o sea, de la información que existe en cada una de nuestras células. 

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