Este es un lema bajo el que
muchos padres hemos o estamos educando a nuestros hijos, el cual puede estar
presente tanto consciente como inconscientemente. La mayoría de los que somos
padres hoy día, fuimos levantados en ambientes hostiles, entre el maltrato
físico, psicológico y/o las carencias físicas; procedemos de padres que vienen
de tiempos de guerra, posguerra o de dictaduras y la consiguiente época de
pobreza, reconstrucción y asimilación, un panorama que junto a la ignorancia, provocó
una generación de padres bajo este lema.
Dicho contexto dio lugar al brote de padres lastimados, forjados con la
idea de “esto que me pasa a mí no le pasará a mis hijos”, una premisa que ayudaba
en aquellos momentos a solapar el dolor y la que se convirtió en una promesa
consciente o inconsciente hacia sus futuros hijos.
La promesa de “que no le pase
lo que a mí” gesta hoy en día sus frutos, son aquellos adolescentes, jóvenes o niños que lo han tenido “todo”, dicha
imagen presente en las mentes de los padres viéndose posiblemente con los
zapatos rotos, el plato de comida vacío o las palizas o el desprecio de sus
padres, son las escenas que arrojaron y arrojan a algunos padres a ocuparnos de
que a nuestros hijos no les falte “nada”. Muchas madres han salido a laborar duro
junto con los padres para no repetir la historia. El que no les falte “nada” significa
mucho más que satisfacerles sus necesidades básicas, además, tienen complacidos
sus mínimos caprichos, circunstancia que ha generado hijos carentes de sensibilidad,
apoderados de sus hogares, exigentes y en ocasiones agresivos. También en el
campo emocional hemos educado una generación de hijos sobreprotegidos, con
pocos límites y normas. No obstante, la complacencia material y la sobreprotección,
son hijos carentes de amor, atención y cuidado; sus padres están muy ocupados
en conseguir el dinero para complacerles. Una combinación que trae como consecuencia
jóvenes o niños imponentes, inseguros, inútiles y en algunas ocasiones en pequeños
(grandes) dictadores maltratadores de sus padres.
Los padres que educamos a los
hijos bajo el lema del que estamos hablando, en realidad queremos evitar relacionarnos
con los recuerdos que nos originan: dolor, impotencia, tristeza, desprecio,
etc., buscamos tapar esto con la imagen
de nuestros hijos “teniendo todo, sin sufrimiento” que es lo que nosotros hubiésemos
deseado en esa etapa, o sea que estamos proyectando nuestra vida en nuestros
hijos, les robamos su existencia para salir de nuestras propias frustraciones. Evitamos
a toda costa revivir aquellas escenas que nos hacen sufrir. Nos olvidamos de
que ellos tienen una vida distinta a la nuestra y que sus circunstancias son
diferentes. Una dura verdad que necesitamos descubrir para dejar de actuar de
forma inconsciente.
Es nuestra obligación paterna
suministrarles las necesidades básicas, pero también es nuestro compromiso darles
amor, atención, corregirles y ponerles límites.,
Esta reflexión es la que me ha
llevado a empezar a corregir desde hace algunos años, la dirección que llevaba
frente a la educación de mis hijos, un giro que me ha reconducido a mirarme
hacia dentro para sanar lo propio y liberar a mis hijos de esta carga. Espero que
esta reflexión también te pueda conducir a realizar este giro o por lo menos a
cuestionarte sobre los frutos que como padres estamos entregando a esta
sociedad.
Espero tus comentarios y
aportes.
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