martes, 15 de abril de 2014

“QUE NO LE PASE LO QUE A MI"


Este es un lema bajo el que muchos padres hemos o estamos educando a nuestros hijos, el cual puede estar presente tanto consciente como inconscientemente. La mayoría de los que somos padres hoy día, fuimos levantados en ambientes hostiles, entre el maltrato físico, psicológico y/o las carencias físicas; procedemos de padres que vienen de tiempos de guerra, posguerra o de dictaduras y la consiguiente época de pobreza, reconstrucción y asimilación, un panorama que junto a la ignorancia, provocó una generación de padres bajo este lema.  Dicho contexto dio lugar al brote de padres lastimados, forjados con la idea de “esto que me pasa a mí no le pasará a mis hijos”, una premisa que ayudaba en aquellos momentos a solapar el dolor y la que se convirtió en una promesa consciente o inconsciente hacia sus futuros hijos.

La promesa de “que no le pase lo que a mí” gesta hoy en día sus frutos, son aquellos adolescentes,  jóvenes o niños que lo han tenido “todo”, dicha imagen presente en las mentes de los padres viéndose posiblemente con los zapatos rotos, el plato de comida vacío o las palizas o el desprecio de sus padres, son las escenas que arrojaron y arrojan a algunos padres a ocuparnos de que a nuestros hijos no les falte “nada”. Muchas madres han salido a laborar duro junto con los padres para no repetir la historia. El que no les falte “nada” significa mucho más que satisfacerles sus necesidades básicas, además, tienen complacidos sus mínimos caprichos, circunstancia que ha generado hijos carentes de sensibilidad, apoderados de sus hogares, exigentes y en ocasiones agresivos. También en el campo emocional hemos educado una generación de hijos sobreprotegidos, con pocos límites y normas. No obstante, la complacencia material y la sobreprotección, son hijos carentes de amor, atención y cuidado; sus padres están muy ocupados en conseguir el dinero para complacerles. Una combinación que trae como consecuencia jóvenes o niños imponentes, inseguros, inútiles y en algunas ocasiones en pequeños (grandes) dictadores maltratadores de sus padres.

Los padres que educamos a los hijos bajo el lema del que estamos hablando, en realidad queremos evitar relacionarnos con los recuerdos que nos originan: dolor, impotencia, tristeza, desprecio, etc.,  buscamos tapar esto con la imagen de nuestros hijos “teniendo todo, sin sufrimiento” que es lo que nosotros hubiésemos deseado en esa etapa, o sea que estamos proyectando nuestra vida en nuestros hijos, les robamos su existencia para salir de nuestras propias frustraciones. Evitamos a toda costa revivir aquellas escenas que nos hacen sufrir. Nos olvidamos de que ellos tienen una vida distinta a la nuestra y que sus circunstancias son diferentes. Una dura verdad que necesitamos descubrir para dejar de actuar de forma inconsciente.

Es nuestra obligación paterna suministrarles las necesidades básicas, pero también es nuestro compromiso darles amor, atención, corregirles y ponerles límites.,

Esta reflexión es la que me ha llevado a empezar a corregir desde hace algunos años, la dirección que llevaba frente a la educación de mis hijos, un giro que me ha reconducido a mirarme hacia dentro para sanar lo propio y liberar a mis hijos de esta carga. Espero que esta reflexión también te pueda conducir a realizar este giro o por lo menos a cuestionarte sobre los frutos que como padres estamos entregando a esta sociedad.

Espero tus comentarios y aportes.

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