Cualquiera diría en una
prueba de emparejamiento, de aquellas preguntas tipo test que nos hacían en el
colegio, que “sometimiento” es pareja correspondiente con “víctima”. De idéntico
modo que se emparejaría con mujer. Esto representa una creencia generalizada,
que no necesariamente se corresponde con la realidad. Lo preciso es que, desde
el punto de vista biológico, el sometimiento es una actitud femenina, lo cual
no significa que los hombres no la ostenten. Tampoco es preciso que una persona
que se comporte con sometimiento sea siempre la víctima, pues existen victimas
que son los dominadores, “los sometedores”. Seguidamente ahondaremos en los
tres conceptos.
Desde el punto de vista
biológico, cuando un animal se enfrenta a otro, mide sus fuerzas de modo
inconsciente, y si se percibe igual o superior, se enfrenta, esto corresponde
con una actitud masculina. Sí se percibe inferior, puede asumir dos conductas, huir
o someterse, esta corresponde con una actitud femenina. Es simplemente un
mecanismo de defensa para sobrevivir. En los seres humanos se presenta con carácter
similar; el matiz se encuentra en sus creencias e idiosincrasia. De todas
formas, la primera respuesta humana es idéntica.
El peligro del sometimiento
es que existe camino de ida y vuelta, en otras palabras, una persona puede
comportarse sometida con unas personas y “sometedor” con otras. Lo cual tiene
la misma explicación biológica; cuando se siente inferior, puede decidir
agachar la cabeza, pero si en algún momento detecta debilidad en su dominador u
oponente, le saltará a la yugular. Por lo tanto, el sometimiento es una defensa
para el sometido, pero puede resultar un arma muy peligrosa para el que somete,
subyuga, impone, oprime o domina. Es biología pura y dura.
Me voy a permitir exponer
algunos ejemplos de casos para comprender lo expuesto. En una oportunidad una
persona me consultó acerca del conflicto reinante entre la relación de pareja
de sus padres; mi consultante se sentía desbordada con el tema. El padre tenía
unos setenta y cinco años y la madre diez menos. Resulta que la madre, según me
comentaba, lastimaba al padre con sus comportamientos; el padre estaba enfermo
y la madre no lo cuidaba. Ella salía con sus amigas, lo dejaba solo, no lo
atendía, dejaba dicha responsabilidad a los hijos. Cuando el esposo o los hijos
la llamaban, la mujer les decía que estaba muy entretenida, que la dejaran en
paz, llegaba tarde de la noche o al amanecer. Los hijos juzgaban a la madre
como una desconsiderada e irresponsable; sin embargo, como todas las historias
de pareja, tiene dos lecturas. Cuando le pregunté si siempre había sido así, mi
consultante comentó que no, aunque tuvo bastante dificultad para recordar que
cuando ella era niña, su padre era un alcohólico, mujeriego y maltratador, en
suma, su madre se sometió totalmente.
En este caso, la madre se sometió,
debido a que, de algún modo, se percibió inferior para enfrentar al marido o
para huir o abandonarlo, pero cuando se sintió superior —su marido se enfermó-,
se transformó en su maltratadora y opresora. Ella gozaba de la vitalidad, la
libertad y una vida económica resuelta que la hacían sentir dominante y
superior a su marido ¿Quién era entonces la víctima y quien el victimario?
Otro ejemplo en un contexto laboral
es el caso de un hombre que trabajó durante veinte años para una compañía
editorial, estuvo allí hasta cuando el mayor accionista y fundador de la
empresa, decidió nombrar a su hijo recién graduado como gerente general -un
cargo al que él aspiraba-. El hombre renunció de inmediato, según aducía, no
iba a permitir que un “mocoso” le diera órdenes. La explicación biológica es
que se sentía inferior para competir por el puesto, pues el joven por su
condición de hijo del dueño, le llevaba ventaja. El hombre no quería someterse
a las órdenes de quien consideraba su oponente y mejor huyó.
También se puede observar el
fenómeno en la crianza de nuestros hijos. Si cuando están pequeños los
sometemos, entonces, de adultos, se irán lo más lejos que puedan, se revelarán o
quizás, nos sometan si se conciben más fuertes -una situación en crecimiento en
la actualidad-. Asimismo, otra posibilidad es que se sometan hasta tal grado,
que se conviertan en unos inútiles. Tal es el caso de una consultante que
convivía con un hijo inútil, este tenía 40 años y se comportaba como un nene de
cinco. La madre odiaba la gente perezosa y vaga; así que, inconscientemente su
sometido vástago se comportaba de la forma que causaba dolor a su progenitora.
Los hombres machistas sufren
de igual modo las consecuencias del sometimiento. Cuando este tipo de hombre cree
que ha sometido a su esposa, que equivocado está, pues la mujer se defenderá
atacándolo donde más le duela, es un mecanismo de defensa bilógico. Por ejemplo,
si ella identifica que a su cónyuge le afecta bastante perder dinero, entonces
despilfarrará; se trata de aquella mujer que demanda gastos con constancia, lo
cual puede suceder a través de los hijos, una enfermedad o quitándole el dinero
(sin que él lo sepa, claro está). Otra mujer sometida que identifique que el punto
débil de su marido machista es alguno de sus hijos, es decir, tiene un
preferido, ella creará una rivalidad encubierta con dicho hijo, que por lo
general es una hija mujer. Cuando el sometido es el hombre, el mecanismo de
defensa se activa de similar modo, por ejemplo, si este sabe que su mujer es
celosa, la provocará flirteando con otras mujeres o siéndole infiel de hecho. Con
una frase coloquial podemos esbozar la siguiente conclusión, es sencilla: “no
hay enemigo pequeño”.
El sometimiento es peligroso,
pues nuestra biología busca siempre a través del inconsciente, sobrevivir. Una
ley natural que nos aboga a reflexionar en que no existen víctimas y
victimarios, maltratadores y maltratados, dominantes y sometidos; solo existe
inconsciencia.
Estar en consciencia de que
unas veces asumimos el papel de sometidos y otras de “sometedores” nos conduce
a saber quiénes somos, a estar atentos, comprendiendo que es nuestra naturaleza
que se siente atacada y se defiende. Lo cual no representa la verdad o una
realidad, más bien, es lo que sentimos con respecto a…, lo que nos lleva a
reaccionar de una forma u otra.
La mayoría de las veces el
peligro no existe, nadie nos ataca, pero nuestro inconsciente lo percibe de
esta forma; puesto que existe un impacto emocional predecesor, que activa los
mecanismos de defensa de inmediato. Por ejemplo, una persona se puede sentir
atacada por su jefe, cuando este le corrige; puesto que cuando era pequeño, lo
corregían a correazos. En este supuesto, la persona puede asumir cualquiera de
las actitudes que hemos mencionado a lo largo de este artículo.
Comprender nuestra
biología es el primer paso hacia la consciencia y el conocimiento de lo que
somos, de esta manera, seremos capaces de trascender nuestros miedos, nuestras
emociones y la información oculta que yace en nuestro inconsciente. Somos los
hacedores del destino que acarreamos. Reconocer lo que somos sin reproche y con
aceptación es la disposición para sanar nuestros conflictos y gozar de un mayor
bienestar.
¡Te invito a compartir tus experiencias
sobre el tema!
Luz Quiceno
Escritora
y Especialista en BNE
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Twitter:
luzentucamino26
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